Tercera etapa del GR 1, entre Banyoles y Besalú
Entre razas autóctonas y artes medievales y contemporáneas
GRmanas y GRmanos:
Sobre cómo el frío también va por dentro – Por qué la línea curva es la tendencia que alarga los GRs – Sobre razas autóctonas en la fila de los récords – sobre polvazos por los caminos – de por qué hubo que pasar por la piedra – sobre cómo el arte y la magia son para grandes minorías.
La meteorología, ciencia, arte o magia, ya dejaba notar su primer ramalazo del próximo invierno. Las señales se veían en la cantidad de fajos y refajos que el respetable público traía consigo a la etapa. Y razones no le faltaban. A pesar de que mirar los termómetros callejeros implica un juego de pronósticos a ver quién acierta o quién la dice más gorda (la temperatura), los apéndices corporales delataban la fría realidad. Ya lo expresó con exactitud nuestro rapsoda cuando dijo que las narices se quedaban como si uno hubiera caído de cara dentro de un congelador. Tal expresiva imagen también se comprobó en el interior del carruaje a motor. Los cristales por dentro estaban helados. Pero, a pesar de los menos bajo cero, allí estábamos, enfilando el norte.
Otros, en otros vuelos
Unos allí y otros cuerpos situados en otras direcciones. Algunos, convalecientes. Ojalá les dure poco la puesta a punto. Otros, más al norte europeo, visitando museos tan “impresionistas” como la fábrica de cervezas Heineken o los “impresionantes” escaparates nocturnos de los que aún quedan en el barrio rojo de Amsterdam; alguna, en donde hay más dineros guardados que chocolates y relojes suizos exportados; y alguien, quizá ya debajo de las aguas del océano Índico, en inmersiones hacia otras realidades. Aunque para otros, otros mundos, como el de esa isla caribeña en que alguien del grupo fue tratado hace poco a cuerpo de alta alcurnia comunista. Y el resto, acercándose a Banyoles y empezando a enfilar la línea curva de una etapa que era una provocación por lo aparentemente corta que se presentaba. ¿Corta? ¿La alargamos?
La curvatura del círculo a pie
Los escasos kilómetros planificados eran una apuesta muy tentadora para ver quién los hace más largos. De entrada, para que se vea que se le da consistencia turística, propuesta de vuelta casi completa al lago de Banyoles a pie. Antes, acercamiento en autobús. Bien planificado. La realidad era que ya había quienes lo habían pateado antes del botellón anterior, otros se atrevieron a dar la vuelta al ruedo entre andarines matinales, paseantes de cánidos y otras especies deportivas. Pasear por la orilla de esta masa de agua es hacerlo entre las brumas matinales que dejan ver cómo se despierta ese cuadro líquido en medio de la llanura. Y se observa que los colores de las señales de los GR también están en el agua a aquellas horas: las corcheras separadoras de los trazados indicadores de piragüistas eran blancos y rojos, como si fuera una provocación para atrevidos caminantes encima del agua. O varias piragüas también blancas y rojas. O quienes por allí circulamos con otra visión del conjunto, distinta a aquella otra parada del pasado botellón, tan bien mojada por dentro. Ya agrupados, el Club Natació Banyoles congregaba a náuticos diversos, estilizados cuerpos fruto de largas sesiones al lado de aguas tan olímpicas. Pero, antes de completar la vuelta, con ampliación del GR incluida, el personal no sabía que se iba a adentrar en los preparativos de un acontecimiento histórico.
Pollinos Guiness autóctonos
La feria de Sant Martirià, junto con la de Firestany, montaba las estructuras. Un acontecimiento histórico que arranca en 1368 cuando Pere IV concedió el permiso para una feria por donde ahora pasa el GR. La raza autóctona del burro de aquí tenía una cita que querían que fuera un récord. Tenían que poner en fila india, atados, el mayor número de rucs, guaràns de la raza Asinina Catalana. Ya empezaban a llegar a su espacio reservado, pero también se congregaban otras razas de animales de aquí: el cavall cerdà bretó, el pollastre de pota blava del Prat de Llobregat, el gos d’atura y la vaca bruna. Por en medio de animales, la zona no permitía ver marcas pero sí oficios diversos de artesanos, productos alimenticios y bares ambulantes. Había casi de todo menos marcas.Cuando éstas parecía que asomaban, hubo un grupo que salió en estampida. Se convirtieron en veloces fagocitadores de kilómetros, enfilaron el camino y se tiraron a completar el círculo del lago, incluso pasaron más allá del punto de salida (o de parada del autocar). Mientras, otros oteaban los perfiles, husmeaban, preguntaban, giraban el mapa y llegaban a la conclusión de que era hora de juntarse para la primera parada gastronómica en un alto. Vuelta atrás y subida a lo más encima del llano, a los restos de la ermita del santo del día. El cuentakilómetros indicaba que se habían modificado las distancias iniciales aunque aún casi parecía que la inamovilidad era evidente: se empezó al lado del lago (a 165 metros de altura), se recorrió éste y se come mirándolo al fondo, desde 255 metros de altura. La curva más alargada en una suave subida al mirador de L’Estany. Y aún casi no hemos empezado.
El vuelo del polvo y la sugerencia de la sonda
Desde el mirador el camino sigue por la llanura de la comarca, por en medio de tierras sembradas, masías, granjas, fábricas de piensos, pequeñas urbanizaciones con mansiones incorporadas y esos contrastes que deja ver la luz, entre el rojo terruño y el verde ya mortecino de las pocas plantas que aún hay. Bifurcaciones, cruces, la tranquilidad vuelve y estira las pequeñas comunidades hablantes que trotan. Pronto, Serinyà, pueblo con antepasados prehistóricos que se han convertido en objeto de devoción turística. Muchos escolares infantiles y adultos han pasado por allí: es una mirada atrás desde hoy. La cueva allí al lado y el núcleo antiguo del pueblo, con aspecto de estar cuidado, con la mejor pose para ser retratado por el ojo digital. Por ejemplo, una iglesia apta para subir y ver desde arriba el llano. O pequeños rincones con encanto. El camino sigue por un entorno de momento bien marcado. No parece tener pérdidas, y eso que ya se avisa de que los momentos de estiramientos deben compensarse también con el encogimiento grupal. No obstante, pequeñas sorpresas siempre las hay. Y más si momentáneas necesidades fisiológicas te obligan a sacar, menear, meter, bajar, subir, limpiar, componer, vestirse. Te retiras y buscas un excusado natural y, cuando pretendes ver a alguien, nada. No queda ni el polvo. Menos mal que hay quienes van en grupo a estos menesteres y buscan consuelos o soluciones en conjunto. Al final, reincorporación al grupo con asomo de una nueva iniciativa para no perder el tiempo ni el grupo: “A la próxima etapa acudiremos sondadas”. Alguien se extasió con el colorido de la tierra recién arada. El sol iluminaba la hilera continua de surcos y descubría la tierra que antes había estado abajo. Momento que aprovechó quien procede del campo extremeño para impartir una auténtica lección del barbecho y la sementera. Es esa cultura rural de tantos desertores del arado que nos reciclamos hace años en jóvenes urbanitas del extrarradio. Y también hubo dos de diferente sexo que se internaron en el bosque con motivo de la búsqueda de señales. Al reincorporarse al sendero, la coincidencia hizo que, debido a lo seco del suelo, alguien inocente que los vio proclamara: “¡Qué polvazo!” En realidad, la ausencia de lluvias dejó las placenteras sospechas en sólo suciedad en las zapatillas.
El juego al despiste y el paso por la piedra
Las marcas no parecían verse bien siempre. Y un sujeto se dedicó al juego de la confusión. Amagaba con conducirnos hacia una dirección. Pero casi todos sospechábamos que era la contraria. Al final algunos sesudos observadores no se creyeron los ardides del caminante. Pensaron que en vez de un juego era un cúmulo de errores en la orientación de quien, por otra parte, ha demostrado buen olfato para las señales en otras ocasiones.En ésas estábamos cuando el camino parecía ir de frente. Encima de una piedra permanecía un pensador profesional que dejaba discurrir el sentido de la búsqueda y captura de la marca auténtica. Antes de que se siguiera el camino incorrecto, levantó sus reales y descubrió que lo que tenía debajo eran las marcas del GR que se debían seguir. “Ahora pasaréis todos por la piedra”, dijo. Y así se hizo. El tiempo y los kilómetros preconizaban que quedaba poco para el final. Aún no se veían señales de tan histórico y turístico pueblo pero el cielo mostraba curiosos vuelos. Por ejemplo, el de tantas gaviotas en la zona del río Fluvià. Nuestro lobo de mar luego olfateó que estas aves se trasladaban hacia los basureros del interior, como si de auténticas carroñeras se tratase. Otros, a pesar de tantas dioptrías, fueron capaces de enfocar la bifocal al cielo y distinguir algo parecido a parapentes con motor. Iban más altos que las gaviotas y también con más ruido. Cerca había una feria de estos objetos voladores a motor. Y, poco a poco, ya nos aproximábamos al arte medieval recubierto por vivos colores de eso que ahora se llama Arte Contemporáneo, sólo al alcance en su totalidad de algunos iniciados. Del burro tipo raza autóctona íbamos a pasar a otras especies artísticas de altos vuelos.
Besalú, magia, arte y también polvo
A estas alturas de la vida turística, qué decir de este pueblo si no fuera por el asombro del colorido con que vistieron el torreón central de paso del puente. Un buen efecto óptico con cierto ramalazo de arte contemporáneo. El cromatismo moderno que contrasta con lo medieval del pueblo, un lugar con un cementerio donde enterraron maquis, un casco antiguo medieval y mucha magia durante aquel fin de semana.Antes de refocilarnos con tantas artes, los estómagos pedían una parada y se hizo. El lugar, regentado por foráneos acogidos en un bar llamado “Fórum”, tenía una terraza con mesas protegidas con una buena capa de polvo. Esto sí que era un gran polvazo. La limpieza la hicieron con una de esas bayetas tipo limpiaparabrisas de semáforo que te exige el pago del diezmo. Después, tal arte tenían que hasta excitaron las iras de algunos profesionales degustadores de cerveza. Si en sus países se toma del tiempo o templada, en la patria de tantas razas autóctonas se sirve fría. Y sino, me quejo y se la devuelvo. Y así hicieron. Los postres, como de costumbre por estas fechas, fueron un buen momento para esquilmar las carteras con loterías variadas. Aunque la suerte aún estaba por llegar, allí al lado había que visitar por enésima vez la población. El arco recubierto provocó recuerdos de esos museos de arte contemporáneos que son la moda. Sitios ansiados por cualquier población que se precie de estar a la última. Cuadros y objetos sólo (in)comprendidos por la selección artificial de las mentes más avispadas. Más allá, el pueblo y la magia. Aquel fin de semana se inauguraba el I Festival de Magia de Besalú, con cena mágica, espectáculo de serpientes, magia en globo y gran gala nocturna para condecorar al mago de siempre…¿quién? Pues al Màgic Andreu. Entre tanto, al lado de la iglesia, ojo avizor estaban los del tradicional negocio a pie de calle: “el poder de la tierra, la cabanya dels bruixots del Pirineu, ajos mágicos”. O ese puesto de la echadora de cartas que por 20 euros te adivina lo divino y lo humano, todo con el ritual olor y los adornos al uso. Por las paredes, otra tradición cada vez más autóctona: anuncio del “sopar independentista”. Visto lo visto, vuelta atrás, acomodo para la siesta de rigor y regreso al punto de partida. La luz del otoño aporta al paisaje pistas para llegar a otra forma de entenderlo. Poco a poco, de tanto usarlo para disfrutar de él, de ese intento por interiorizar campos, naturaleza y luces, recorriéndolo en cuerpo y alma, quizá llegue algún día en que uno se pueda acercar a aquello que dijo Aldous Huxley:
“El hábito convierte los placeres suntuosos en necesidades cotidianas”
Evaristo
Terrassa, 22 de noviembre de 2007http://afondonatural.blogspot.com
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